¡Eso simplemente me cayó mal!
Aquellos que han leído y, sobre todo, reflexionado sobre lo que estoy escribiendo sobre los estados de conciencia, quizás se hayan preguntado dónde termina el concepto de responsabilidad, dado que la mayoría de nuestras acciones se llevan a cabo en ausencia de conciencia. Si esto te suena extraño, te sugiero que comiences a leer el blog en orden cronológico: puedes estar de acuerdo.
“La responsabilidad va de la mano con la conciencia”, seguramente habrá dicho algún sabio, y si no lo hubiera hecho, digámoslo aquí ahora.
Si me golpea una manzana que cae del árbol, no me enfadarè con ella ni con el árbol. Si un transeúnte me impacta estando sumido en sus pensamientos, va a recibir algunas quejas, pero con circunstancias atenuantes, porque su “sueño” era evidente. Pero si un amigo o un pariente, que no parecía absorto para nada, nos insulta sin ningún motivo, entonces nos parece culpable: podríamos decir que lo hizo a propósito, que “puso la intención”, por lo que queda responsable.
He aquì que tenemos que considerar que en el sueño de la conciencia, no hay intencionalidad real.
Por esto ahora, me siento seguro al decir que, al igual que la manzana, el transeúnte e incluso el amigo o pariente, no tenían otra opción, porque el estado de conciencia en el que pasamos casi todo el tiempo, de identificación con las cosas del mundo, nos lleva mecánicamente a pensar de acuerdo con nuestras asociaciones mentales, a hablar usando nuestros “discos” favoritos, etc. Él podría haber elegido lo contrario solo si estuviera presente para sí mismo, y esto se aprende, pero lleva tiempo, y especialmente necesita el deseo de despertar: si tienes ambos, en este sitio puedes encontrar ayuda.
Esas palabras o ese gesto desagradable provienen, además, de un sistema articulado de mecánica, protegido por poderosos amortiguadores, que impiden a la persona ver las contradicciones inherentes en su forma de actuar; traten de señalar a alguien de su rudeza, y la defenderà con animosidad, tal vez ofendido, negará o la harà pasar como una broma, pero nunca admitirà que se trataba de una maldad bien construida, justo para golpear a su pròjimo.
Sin embargo, repito, èl no puede verlo objetivamente, ni siquiera en retrospectiva, si no estaba presente cuando lo hizo. Y probablemente siga sin estarlo, puesto que defiende lo que ha hecho con tanta indignación, en lugar de abrirse a un nuevo examen de lo que sucedió. Puede tomar semanas o meses para “reabrir el caso” y comenzar a cuestionarse, siempre y cuando lo haga. Pero tendrá que ganar dos gigantes temibles, llamados Orgullo y Soberbia, que siempre caminan delante de nosotros … pero esa es otra historia.
Las razones del perdón
El hecho de no estar presente en sí mismo no es un crimen, por supuesto: estar “identificado” con las cosas que vemos o que nos pasan, olvidarse de sí mismos, es nuestra condición habitual, y cuanto màs lo veamos en nosotros mismos, más estamos dispuestos a creer que también es asì para los demás, en lugar de encontrarlos siempre culpables (*).
Por lo tanto, tenemos buenas razones para pensar que el mal que sufrimos no nos fue hecho intencionalmente.
Este hecho crucial ya sería una razón suficiente para tratar de llevar la paz a ese territorio atormentado que son nuestras antiguas cuentas pendientes, y para sanar las heridas y el rencor que llevamos dentro.
Si puedo, sin embargo, añadir algo, voy a decir que no sólo este proceso nos hace sentir inmensamente mejor. Si nos consideramos responsables de la creaciòn de nuestra realidad manifestada (el mundo que nos rodea) al lanzar en nuestro interior esta buena dosis de luz (la mirada de la conciencia que viene estando presente), asì se remueven las razones escondidas, las raíces internas del problema que se manifestó externamente en ese incidente o groserìa, y permite cambios importantes en nuestra psique, que luego se desarrollan como reflejos en la vida fuera de nosotros. Parece magia, una especie de efecto especial holográfico en el estilo de la pelicula Matrix.
No es suficiente todavía? Digamos entonces que los problemas no resueltos de nuestras relaciones entran en esa categoría de agentes psíquicos que causan las enfermedades más desagradables. Saber cómo deshacernos de nuestros rencores y deshacer los nudos del pasado es una medicina poderosa.
Está bien, pero ¿cómo lo hago?
Si todavía está aquí para leer, creo que podemos pasar a la siguiente pregunta crucial: ¿cómo podemos favorecer el perdón entonces?
Personalmente puedo empezar por señalar que para mí, el perdón no es el resultado de un trabajo de concentración en irregularidades que considero haber sufrido, con frases altisonantes dirigida al “culpable” en el que se le exime de sus supuestas culpas. Ese tipo de trabajo cubre el problema con una capa adicional y no me parece útil, excepto para ser visto por otros.
En general, el esfuerzo por observar y estar en un estado superior de conciencia elimina la energía de los sentimientos de ofensa y venganza, y ciertos episodios, al final, dejan de generar enojo y resentimiento en mí, incluso cuando los quiero recordar.
Esto es lo que llamo el perdón: darse cuenta de que el nudo está suelto, pues incluso pensando en la persona y el evento ya no surge nada negativo en mí, porque he eliminado, a fuerza de Luz, de observaciòn en el interior de mi psique, las razones que habían llamado el problema a manifestarse en el mundo exterior.
Si realmente quieres tomar un problema a lo macho, ya que, por ejemplo, a menudo me atormenta, me puedo enfrentar a ello con técnicas como el Ho’oponopono, y especialmente preguntarme y investigar para ver que hice yo de parecido, o sea que busco esa parte del otro que me incomoda en mí, hasta que la encuentre. Si tal cosa se ha querido manifiestar en mi realidad, cuando podìa dejar de hacerlo, es porquè quiere traerme un mensaje o una oportunidad de corrección de mis faltas.
El hecho de que el dolor nos enseñe algo es uno de los puntos más àrduos de digerir de las doctrinas de la regeneración del hombre: no podemos aceptarlo sólo porque alguien nos lo diga, pero es cierto que no podemos rechazarlo si vemos que, una y otra vez, salimos mejores, después de haberlo enfrentado concienzudamente. Una vida demasiado suave no es la que te obliga a irte en duros viajes de descubrimiento: la Legión Extranjera estaría vacía, si no hubiera corazones rotos para sanar, así como le pasa al Gordo y el Flaco. En su película “Los diablos Voladores”, todos sus compañeros habían alistado para olvidar el dolor de haber sido abandonados por sus seres queridos: màs tarde, cuando se han ganado su confianze, y ven las fotos de los seres queridos, descubrimos que siempre era la misma mujer: cierta Georgina!
Pero entonces, ¿nadie responde más de nada?
¿Estoy aquí afirmando que nadie es responsable de nada, y podríamos disolver el sistema judicial, por ejemplo? No. Si un hombre tiene una estructura psíquica que regularmente desemboca en la violencia, tendremos que defendernos a través de la ley.
Esto no quita que, personalmente, yo crea que el hombre que comite delitos es tanto una víctima como un culpable, ya que él mismo sufre por su condiciòn, y màs o menos conscientemente anhela ser liberado de ella. No es coincidencia que en ciertos idiomas “malo” provenga de captivus, lo que significa prisionero.
No me refiero aquí a la justicia como una institución externa: lo que trato de comunicar es que podemos evitar condenar al pròjimo en nuestro tribunal interior, ya que esto crea en nuestra psique una zona de desastre, infranqueable, en la que no podemos transitar sin gran dolor, que nos hace la vida miserable, bloqueando nuestra evolución y socavando nuestra espontaneidad.
Para verlo desde otra perspectiva, acordèmonos que a veces somos nosotros los acusados, y el otro nos ha condenado en su corazón, y es importante comprender que esto no es un acto gratuito de crueldad, sino también una mecanicidad lo detiene a él tambièn en el dolor. Y si èl no tiene el valor o la capacidad de desatar el nudo por sí mismo, a veces somos nosotros los que podemos echar una mano, pidiendo perdòn (¡pero con conciencia!). Es increíble el poder de la confesión o de asumir la responsabilidad: un enemigo eterno puede arrojar la armadura y mostrar que todo su odio hacia nosotros era en realidad una prisión en la que él mismo estaba sufriendo mucho.
Estaba Captivus, prisionero, pero en un sentido … bueno. Al igual que la bestia feroz, que estaba rabiosa, porque tenía una espina en la pata.
(*) Aquí tocamos un punto fundamental de la psicología, que también podemos ver cuando estamos a punto de reprocharle una acción a alguien, y de repente (¡ah, conciencia!) Recordamos haberlo hecho también, e inmediatamente, como por arte de magia, nos sentimos dispuestos a ser misericordiosos y casi simpatizantes entre nosotros: El desgraciado se convierte en “traviesito”. Pero debería hacer una digresión de tres tomos de aquellos encuadernados en cuero, así que volvamos al discurso original. Esta es solo una nota. Arriba, arriba … sí, eso!
Italiano
Quella cosa proprio non mi è andata giù!
Chi ha letto e soprattutto ponderato quanto vado scrivendo sugli stati di coscienza, si sarà forse chiesto dove vada a finire il concetto di responsabilità, visto che la maggior parte delle nostre azioni viene fatta in assenza di consapevolezza. Se questo ti suona strano ti consiglio di iniziare la lettura del blog in ordine cronologico: potresti trovarti d’accordo.
“La responsabilità va di pari passo con la consapevolezza”, avrà senz’altro detto qualche saggio, e se non lo avesse fatto, lo diciamo qui ora.
Se sono colpito da una mela che cadeva dall’albero, non mela (haha) prenderò con lei, né con l’albero. Se mi urta un passante assorto nei suoi pensieri, già riceve qualche reclamo, ma con le attenuanti, perché il suo “sonno” era evidente. Ma se un amico o un parente, che invece non sembrava affatto assorto, ci insulta senza motivo, allora ci pare proprio colpevole: potremmo dire che lo ha fatto di proposito, ci ha “messo della intenzione”, dunque è responsabile.
Ma nel sonno della coscienza, non c’è reale intenzionalità.
E invece qui mi sento ormai sicuro nel sostenere che, circa come la mela, il passante e addirittura l’amico o parente non avevano scelta, perché lo stato di coscienza in cui passiamo quasi tutto il tempo, di identificazione con le cose del mondo, ci conduce in maniera meccanica, a pensare secondo le nostre associazioni mentali, a parlare come recitano i nostri dischi preferiti e così via. Avrebbe potuto scegliere altrimenti solo se fosse stato presente a sé stesso, e questo si impara, ma ci vuole tempo, e soprattutto la voglia: se hai entrambi, in questo blog puoi trovare aiuto.
Quelle parole o quel gesto sgradevoli vengono, oltretutto, da un sistema articolato di meccanicità, protetto da potenti ammortizzatori, i quali impediscono alla persona di vedere le contraddizioni insite nel suo modo di fare; prova a far notare a qualcuno la sua sgarberia, e la difenderà con animosità, forse offeso, la negherà o la passerà come uno scherzo, ma difficilmente ammetterà che quella fosse una malignità, fatta su misura per ferire chi sta di fronte.
Tuttavia, ripeto, non può vederla oggettivamente, nemmeno in retrospettiva, se non era presente a sé stesso quando l’ha fatto. E probabilmente non lo è nemmeno ora, se difende ciò che ha fatto con tanta indignazione, anziché aprirsi ad un riesame dell’accaduto. Possono volerci settimane o mesi perché “riapra il caso” e si metta in discussione, sempre che lo faccia. Dovrà vincere però due giganti spaventosi, chiamati Superbia ed Orgoglio i quali camminano sempre davanti a noi … ma questa è un’altra storia.
Le ragioni del perdono
Il fatto di non essere presente a sé stesso non è un reato, naturalmente: essere “identificati” con le cose del mondo, dimenticando sé stessi, è la nostra condizione abituale, e più la osserviamo su di noi, più saremo disposti a credere che lo sia anche per gli altri, anziché trovarli sempre colpevoli (*).
Abbiamo perciò dei buoni motivi per pensare che il male che abbiamo sofferto non ci sia stato fatto intenzionalmente.
Questo fatto cruciale sarebbe già ragione sufficiente per cercare di portare la pace su quel territorio tormentato che sono i nostri antichi conti in sospeso, e sanare ferite e rancori che portiamo dentro.
Se posso, tuttavia, aggiungere argomenti, dirò che non solo questo processo ci fa stare immensamente meglio, ma, se ci riteniamo artefici della nostra realtà manifesta (il mondo attorno a noi) questa bella dose di luce della Coscienza, che gettiamo nella nostra interiorità, toglie le ragioni a monte, le radici interne del problema che si era poi manifestato, esteriormente, in quell’incidente, quella sgarberia, e permette cambiamenti importanti nella psiche, che poi si dispiegano come riflessi nella vita esternamente a noi. Pare magia, una specie di effetto speciale olografico in stile Matrix.
Non basta ancora? Diciamo allora che i problemi irrisolti delle nostre relazioni entrano in quella categoria di agenti psichici che causano le malattie più spiacevoli. Saper lasciare andare i nostri rancori e sciogliere i nodi è una medicina potente. Uei, se lo ha detto il dottore…
Va bene, ma come faccio?
Se sei ancora qui a leggere, credo che possiamo passare alla seguente cruciale questione: come possiamo favorire, allora, il perdono?
Personalmente posso esordire notando che per me, il perdono non è frutto di un lavoro di concentrazione sulla malefatta che ritengo di aver subito, con frasi altisonanti rivolte al “colpevole” in cui lo assolvo. Quel tipo di lavoro copre il problema con uno strato ulteriore e non lo trovo utile, se non per farsi vedere dagli altri.
In generale lo sforzo di osservarsi e stare nello stato di coscienza più elevato toglie energia ai sentimenti di offesa e rivalsa, e certi episodi, alla fine, smettono di generare in me fastidio e risentimento quando li rammento.
Questo è ciò che chiamo perdono: accorgermi che il nodo è sciolto, il pensare alla persona ed all’evento non evocano più nulla di negativo in me, perché ho rimosso, da dentro la mia psiche, le ragioni che avevano chiamato il problema a manifestarsi.
Se proprio voglio prendere un problema di petto perché, ad esempio, mi tormenta spesso, lo affronto con tecniche come Ho’Oponopono, e soprattutto mi domando e scavo per vedere che cosa abbia fatto io di simile, ossia cerco quella parte “scomoda” dell’altro in me, finché la trovo. Sono dell’avviso che, se si è manifestata nella mia realtà, quando poteva anche non farlo, vuole portarmi un messaggio od una opportunità di correzione.
Il fatto che il dolore venga ad insegnarci qualcosa, devo ammettere, è uno dei punti più indigesti delle dottrine sulla rigenerazione dell’uomo: non possiamo accettarlo solo perché qualcuno ce lo dice, ma è pur vero che non possiamo rifiutarlo se vediamo che, una volta dopo l’altra, usciamo migliori dopo averlo affrontato con coscienza. Una vita troppo soffice non è di quelle che ti costringono a partire per ardui viaggi di scoperta: la Legione Straniera sarebbe vuota, se non ci fossero cuori infranti da sanare, come ben sanno Stanlio e Ollio. Nel loro film “I diavoli Volanti”, tutti i loro commilitoni si erano arruolati per dimenticare il dolore dall’abbandono della loro amata: solo quando poi, in confidenza, mostravano la foto, scoprivamo che era sempre la stessa donna: Giorgina!
Ma allora nessuno risponde più di niente?
Sto qui sostenendo che nessuno è più responsabile di niente, e potremmo sciogliere il sistema giudiziario, per esempio? No. Se un uomo ha una struttura psichica che erompe regolarmente in violenza, dovremo difenderci attraverso la legge.
Questo non toglie che, personalmente, credo che quell’uomo sia una vittima tanto quanto un colpevole, e che egli stesso aneli di essere liberato dalla sua condizione. Non è un caso che “cattivo” venga da captivus, che significa prigioniero.
Non mi riferisco qui alla giustizia come istituzione esteriore: quello che cerco di comunicare è che possiamo evitare di condannare il prossimo nel nel nostro tribunale interiore, perché questo crea nella nostra psiche un’area disastrata, impraticabile, nella quale non riusciamo a muoverci se non a costo di grande dolore, che ci rende la vita grama, bloccando la nostra evoluzione e minando la nostra spontanietà.
Per guardare la cosa da una ulteriore prospettiva, ricordiamo che a volte siamo noi l’imputato, l’altro ci ha condannati in cuor suo, ed è importante capire che ciò non è un atto gratuito di crudeltà, ma anche questo una meccanicità, che oltretutto lo blocca e gli duole. E se non ha il valore o la capacità di sciogliere il nodo da solo, a volte siamo noi che possiamo dare una mano, chiedendo scusa (ma con consapevolezza, neh!). È incredibile il potere della confessione, o del prenderci una responsabilità: un eterno nemico può gettare l’armatura, e dimostrare che tutto il suo odio per noi era di fatto una prigione in cui egli stesso stava malissimo.
Captivus era, ma in senso … buono. Come la belva feroce, che tale era perché aveva una spina nella zampa.
Cane cattivo ? Mica tanto.
(*) Qui tocchiamo un punto cardine della psicologia, che possiamo anche vedere quando dentro di noi stiamo per rimproverare un’azione a qualcuno, e ad un tratto (ah la coscienza!) ci ricordiamo di averla fatta anche noi, e subito, come per incanto , ci sentiamo disposti alla clemenza e quasi alla simpatia per l’altro: il “disgraziato!” diventa “birboncello…”. Ma dovrei fare una digressione di tre tomi di quelli rilegati in pelle, dunque torniamo al discorso originale. Su, in alto… sì, quello lì.